Binevenidos/as

Has de saber, peregrino, que el Camino que hoy pisas ha sido trazado por las huellas de los que te precedieron a lo largo de los siglos.
Cada paso es una historia que otros crearon para ti, cada parada un aliento para que tú añadas otro renglón a este libro que es el Camino.

En tu trayecto encontrarás fatigas, cansancio, lluvia, sacrificio… pero también hospitalidad, belleza, historia, paisajes, cultura y conocimiento.

Pero, sobre todo, no olvides peregrino que el objetivo no es llegar, sino ser.

Cuando alcances el destino, cuando abraces al Apóstol, no serás ya la misma persona que un día emprendió la ruta.

Igual que tú haces el Camino, el Camino te transformará a ti. Estás, peregrino, ante un viaje interior, ese es el tesoro que debes buscar, quién eres y quién quieres ser.

Paso a paso, en la reflexión de la soledad, en la charla con otros como tú, en el descanso al final de cada jornada, te irás viendo, te descubrirás, te darás cuenta de que, hasta ahora, no sabías nada de ti mismo.

Aprenderás a valorar el agua compartida en las jornadas bajo el sol, la sencilla comida que alguien te ofrece, un lecho austero al caer el sol.

Sabrás que puedes vencer el desaliento, que eres mucho más fuerte de lo que imaginabas.

Te será revelada la bondad humana, la generosidad y el aliento de gentes desconocidas que pasarán a ser tus hermanos.

Tu mochila se irá llenando de experiencias, pero, en lugar de sentir más peso, te sentirás más ligero, más liviano y más sabio.
Sean cuales sean tus motivos para emprender el Camino, ya nada será igual.

Pero, apúrate ahora, peregrino, busca refugio antes de que el sol decline, que aún te queda una ruta larga.

Ultreya y que el Apóstol de proteja y acompañe.

Piedra con Inscripción Romana

La Res Pública Curigensium

Durante mucho tiempo, la localización del oppidum de Curiga, citado por Plinio en sus crónicas, que lo ubicaban en la Bética, a medio camino entre Augusta Emérita e Itálica (o, lo que es lo mismo, entre los valles del Guadiana y del Guadalquivir), fue un enigma.
Esto siguió así hasta 1860, cuando el arqueólogo alemán Emil Hübner publica su volumen Inscriptiones Hispaniae Latinae, en el que refiere el hallazgo que clasifica como CIL 1040, una leyenda hallada en la pared de la ermita de la Candelaria, en Monesterio, hoy desaparecida. Sin embargo a la piedra donde figuraba la inscripción, que daría una clave para identificar Curiga y Monesterio, se le perdió el rastro, y no fue hasta 1992 cuando reaparece, al hacer obras en una vivienda monesteriense, partida y con una de sus porciones desaparecida. Las dos partes de la lápida quedan desde ese momento bajo custodia municipal.

En el fragmento recuperado puede leerse
ETO DECVRIONVM·RES·P·CVRIGENSIVM·D·D·ILIDXANCTO

lo que se interpreta (al elaborar una secuencia de la inscripción completa) como una dedicatio de la Res Pública Curigensium al emperador Marco Aurelio (cuyo sobrenombre es Caracalla) con la autorización del ordo local. Es decir, indicaría la autorización para dedicar una estatua al emperador, y la piedra de mármol blanco sería la que llevase la inscripción al pie.
El hallazgo, junto con otros realizados por el propio arqueólogo alemán y otros estudiosos, así como los restos de diversas construcciones (un tramo de cloaca, un acueducto soterrado, sillares, capiteles, cornisas…) indicarían que Monesterio es la Curiga apuntada en distintos documentos de época romana, un emplazamiento que aprovechó otro de origen celta en el mismo lugar para crear un asentamiento en un punto estratégico, controlando el paso de la sierra en la Vía de la Plata en su prolongación hacia el sur.

Por tanto, esta piedra de mármol no solo es una prueba material más de la ubicación de la villa romana, sino también la constatación de que en la zona que ocupa hoy Monesterio hubo desde antiguo asentamientos que aprovechaban la elevación del terreno para controlar el territorio entre los dos valles más importantes y fecundos del sur de España.

CURIOSIDADES Y LEYENDAS

Son muchas las leyendas, mitos y curiosidades en torno al Apóstol y sus intervenciones milagrosas, resumimos algunas:

El asno del Apóstol

Cuentan que un peregrino francés hacia el Camino con su familia y pernoctó en Pamplona. Allí, su mujer enfermó de gravedad, por lo que hubieron de prolongar la estancia. Finalmente, la mujer falleció. El hombre, junto a sus dos hijos pequeños, decidió seguir la ruta, pero antes hubo de saldar cuentas con el dueño del alojamiento, que le exigía una elevada cantidad por los días de más.
En pago, el peregrino tuvo que dejar el asno que les llevaba. Ya otra vez en camino, la familia encontró a un anciano quien, tras un rato de charla, les prestó un burro para aliviarles las largas caminatas.
Al llegar a Santiago, el peregrino tiene una visión del Apóstol, y se da cuenta de que es el anciano que habían encontrado antes. A la vuelta, al pasar por Pamplona, se enteran de que el dueño del alojamiento donde estuvieron ha muerto en un accidente, lo que el pueblo acredita como castigo divino por su avaricia y falta de caridad.

El caballero de las conchas

Esta leyenda se relaciona con el mito del viaje de Atanasio y Teodoro, discípulos de Santiago, para llevar los restos del Apóstol a Galicia.
Cuentan que la balsa de piedra en la que viajaban los discípulos estaba ya cerca de la costa gallega de Bouzas, cuando se topó con la celebración de una boda, donde los asistentes jugaban al desafío de lanzar una lanza o bofarda al aire y recogerla galopando antes de que tocase el suelo.
Cuando llegó el turno del novio, un golpe de viento desvió la lanza al mar, y el joven, ávido por ganar, se lanzó al mar y desapareció. Al pasar el tiempo sin que el novio saliese, todos dieron por supuesto que se había ahogado pero, al pasar la balsa de piedra por el lugar donde desapareció, jinete y montura emergieron cubiertos de conchas de vieira. Esto se tomó como señal de devoción, y, según la leyenda, es lo que convirtió esta concha en símbolo del Camino.

El milagro del gallo y la gallina

Dicen que en el siglo XIV un joven alemán peregrinaba con sus padres. La familia se detuvo en un mesón en Santo Domingo de la Calzada. Allí, una muchacha se enamoró del joven, pero este no le correspondió.
En venganza, la muchacha escondió una copa de plata en el zurrón del peregrino para después acusarlo de robo. Cuando iban a retomar el Camino, se personó la justicia para comprobar la acusación y comprobaron que el joven llevaba la copa, así que fue condenado a la horca.
Sus padres, abatidos, rezaron al Apóstol, pidiendo ayuda, sin embargo, la sentencia se cumplió. Al acercarse los padres a recoger el cuerpo de su hijo, se encontraron con que el joven les habló y les dijo que Santiago le había salvado.
Los padres acuden al regidor de la villa para contarle el suceso, pero este, que se encontraba en pleno almuerzo, se burla diciendo: vuestro hijo está tan vivo como este gallo y esta gallina que estaba comiendo antes de que me importunarais.
Al momento, las aves que iba a comerse se ponen de pie en el plato y empiezan a cacarear y caminar.
De aquí surge la frase para referirse al municipio riojano: En Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada.

El peregrino fantasma de la Plaza de la Quintana

El relato, ubicado en la propia Catedral de Santiago, tiene dos versiones.
La primera dice que un clérigo del templo, enamorado de una monja de San Paio de Antealtares, le propuso fugarse de noche disfrazados de peregrinos. La monja en principio aceptó, pero luego no apareció, y el clérigo sigue esperando cada noche con su atuendo de peregrino.
La segunda pone nombre al protagonista Leonard du Revenan, un noble francés que habría asesinado a su padre para hacerse con la herencia. Sin embargo, fue descubierto y condenado a peregrinar a Santiago. El noble, en lugar de aceptar su culpa, asesina durante el Camino a otras dos personas
Al llegar a Compostela no encuentra alojamiento y decide dormir junto al muro de la Catedral. Por la noche, se le aparece el fantasma de su padre, perdonándoles que le hubiera matado, pero condenándole a esperar eternamente en el lugar la misericordia de las otras dos personas que asesinó.
Aún hoy, su sombra puede verse en uno de los muros

El caballo de Santiago en Montemolín

Cuenta la leyenda que en el año 1246 el maestre Pelayo Pérez Correa mantenía en asedio la fortaleza de Montemolín, en manos musulmanas. Los intentos por tomarla resultaban inútiles, y los cristianos, ya desanimados, estaban a punto de marcharse sin lograr el objetivo.
En ese momento, irrumpió en las laderas del castillo el caballo blanco de Santiago, que dio un salto de 25 metros y clavó sus patas traseras en lo más alto de la muralla. Esto causó pavor en los defensores, mientras enardecía a los atacantes, que finalmente tomaron la fortaleza.
Se dice que aún pueden verse las huellas de las herraduras en uno de los sillares superiores de la muralla. Este castillo fue el último tomado a los musulmanes en Extremadura, abriendo la puerta a las tomas de Córdoba y Sevilla.

El miliario-correo

Es uno de los más famosos de todos los que hay en los diferentes caminos, y el más emblemático del Camino Vía de la Plata. Se trata de un miliario romano ubicado entre las localidades cacereñas de Casas de Don Antonio y Aldea del Cano.
El miliario-correo es una estructura cilíndrica de granito de unos dos metros de alto, cuya peculiaridad es que en su tercio superior tiene una oquedad, que hace años el cartero utilizaba para dejar las cartas dirigidas a los residentes en una finca cercana.
Ahora es utilizada por los peregrinos, que escriben un mensaje o pensamiento en un trozo de papel y lo dejan en el agujero, para que sean leídos y compartidos por los que vienen detrás.

La tumba del Apóstol

Este relato, mitad leyenda o mito, mitad historia, responde a la pregunta de por qué se hallaron los restos de Santiago en España, en ese punto de Galicia.
Se cuenta que tras la muerte y resurrección de Cristo, Santiago el Mayor prosiguió la actividad evangelizadora en Jerusalén y luego habría partido en un carguero para desembarcar en algún punto de la costa andaluza, seguramente en la zona de Huelva. Desde ahí iniciaría una ruta apostólica por el sur de la península, adentrándose en Portugal y llegando hasta Iria Flavia, en Galicia. Desde ese punto, Santiago continuaría hacia el este. Al llegar a Zaragoza, se le apareció la Virgen sobre un pilar de mármol, instándole a construir un templo en este punto, lo que habría dado lugar a la devoción por la Virgen del Pilar.
En Valencia, el Apóstol se embarca de nuevo rumbo a Palestina, donde incumplen la prohibición de predicar el cristianismo, por lo que es decapitado en el año 44.
Sus discípulos, Atanasio y Teodoro, toman su cadáver y emprenden regreso a la Península. ¿Por qué? Porque según ratifica San Jerónimo, fue establecido, cuando los Apóstoles se dispersan para predicar el Evangelio, que cada uno descansaría «en la provincia donde había predicado».
En el regreso a España hay dos versiones: una que dice que el cuerpo fue trasladado en una balsa de piedra, y otra que asegura que lo que ocurrió es que, al llegar a la costa gallega se colocó el cadáver sobre un lecho de piedra, y que la piedra milagrosamente se transformó para adaptarse al cuerpo del Apóstol.
Llegados a Iria Flavia, Atanasio y Teodoro buscan un lugar adecuado para el enterramiento. Acuden a la reina Lupa, señora de aquellas tierras, explicándoles su misión. La reina finge interesarse, incluyo les ofrece un carro para transportar el cuerpo.
En realidad, Lupa planea divertirse a costa de los dos discípulos, y en lugar de bueyes engancha dos toros bravos al carromato, pero estos, milagrosamente, al sentir el cuerpo del Apóstol, se amansan.
Parten en busca de un lugar idóneo, y al llegar al monte Libredón, los toros se niegan a seguir, lo que los discípulos toman como una señal divina de que es el sitio elegido. Sepultan allí al Apóstol, en una necrópolis romana, donde luego serían enterrados ellos mismos, a derecha e izquierda de Santiago.
Allí quedaría temporalmente en el olvido, en una zona que terminó por ser abandonada.
Sin embargo, las historias en torno a estos sucesos no cesaron, y son recogidas en el Breviario de los Apóstoles, en el siglo VI. Además, en el siglo VII, el monje inglés Beda el Venerable, tras estudiar numerosos documentos e historias, describe con precisión la zona donde había de estar el sepulcro.
En el siglo IX, un ermitaño llamado Paio o Pelayo, afirma haber recibido en sueños la visita de ángeles indicando que los restos del Apóstol están en el cercano monte Libredón. Además, Pelayo señala que ha visto luces nocturnas (de donde viene el nombre de Compostela, como campus estellae) marcando un punto concreto.
Enterado de este prodigio, y conocedor seguramente de los escritos de Beda el Venerable, el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, acude al lugar y descubre que allí se haya el Arca Marmárica con los restos del Apóstol
Teodomiro, además de trasladar la sede episcopal a este punto, informa del hallazgo al rey astur Alfonso II, que toma bajo su protección el lugar y manda construir la primera iglesia sobre el sepulcro.

EL CAMINO DE SANTIAGO

LOS PRECEDENTES

Había pasado casi un siglo ya desde la batalla de Covadonga (magna victoria o simple escaramuza, según consultemos fuentes cristianas o musulmanas), pero el reino astur, reducto peninsular no sometido al islam, continuaba en precario.
El monarca astur Alfonso II El Casto (que reina entre los años 791 a 842) tiene que enfrentarse a intrigas internas que le derrocan en dos ocasiones, a las continuas aceifas (incursiones de saqueo y destrucción impulsadas por el califato cordobés), a la herejía adopcionista vigente entre los cristianos de Toledo, y a la desconfianza de nobleza y clero gallego ante sus intentos de integrar aquellas tierras en su reino.
Todo ello lo sufre Alfonso II desde un reino que formaba una estrecha franja pegada a la costa cantábrica, desde Álava hasta el entorno de Galicia, y sin más salida que el mar a su espalda. Traza entonces su estrategia de supervivencia en varios frentes:
· Finiquita las intrigas internas según los usos de la época: alianzas y ejecuciones sumarias
· Para frenar las incursiones musulmanas, que habían llegado a arrasar Oviedo, capital de su reino, en dos ocasiones, manda embajadas a los francos, logrando el apoyo primero de Carlomagno y después, sobre todo, de su sucesor Ludovico Pío
· Esta alianza le sirve, además, para arrinconar a los adopcionistas (cristianos asentados en Toledo que, para asegurar la connivencia con el islam, negaban que Jesucristo fuese Hijo natural de Dios, asegurando en cambio que fue ‘adoptado’ por Dios): se proclama rey del antiguo reino hispano-godo y defensor de la ortodoxia cristiana, de la que también participaban los francos
Quedaba vencer los recelos gallegos. Aquí, la casualidad o la oportunidad…

El hallazgo del sepulcro de Santiago
… juegan a favor del monarca. Hacia el año 829-830, un ermitaño llamado Pelayo, que vive en el monte gallego de Libredón, informa al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, de la presencia de luces nocturnas y resplandores misteriosos en un bosque cercano, y asegura haber tenido sueños donde los ángeles le indicaban que allí se encontraba el Apóstol Santiago.
Teodomiro acude al lugar y comprueba que las luces de ese campus stellae (campo de estrellas-Compostela) marcan un enterramiento, donde se descubre el Arca Marmárica con tres cuerpos, uno de ellos decapitado, que el obispo atribuye inmediatamente al Apóstol Santiago el Mayor y a sus discípulos Teodoro y Anastasio. No iba a ciegas el obispo, conocedor de los escritos de Beda el Venerable, monje británico del siglo VII, que situaban los restos del Apóstol en el noroeste de Hispania, cerca del mar.
Acude presto Teodomiro a Oviedo a informar del hallazgo a Alfonso II, quien, sea por razones políticas o religiosas, o por una conjunción de ambas, da por cierto el hallazgo y se encamina al lugar del sepulcro, convirtiéndose en el primer peregrino de la historia, y creando además el denominado Camino Primitivo, hoy poco transitado por su dureza, que tiene una longitud superior a los 300 kilómetros.
El rey astur manda construir una iglesia para dar cobijo al sepulcro, y hace que la noticia del hallazgo se extienda por toda la cristiandad, logrando así el favor de los nobles gallegos al convertir este punto en centro de devoción y el apoyo de los reinos cristianos de toda Europa.
Además, comienzan a difundirse rápidamente historias de intervenciones milagrosas de Santiago en favor de las tropas cristianas en sus escaramuzas con los musulmanes, lo que da moral a la rebelión contra el califato, al contar los cristianos con tan importante aliado.
A finales del siglo IX, Alfonso III El Magno manda construir una nueva catedral sobre el templo edificado por Alfonso II, dando aún más relieve a Compostela como centro de culto y peregrinación, lo que no la libró de avatares como la incursión del caudillo musulmán Almanzor, que destruyó la población que había prosperado junto al templo pero respetó la tumba.

Consolidación
El avance de las tropas cristianas hacia el interior del territorio peninsular va marcando también el ritmo de consolidación de la peregrinación a Santiago de Compostela, un hecho en el que tiene gran importancia la llegada de peregrinos desde el reino franco.
Acudían estos peregrinos desde cuatro rutas distintas por Francia, que confluían, bien en Somport (Aragón), bien en Roncesvalles (Navarra), alentados por los monjes de Cluny. Esta masiva afluencia de visitantes por impulso espiritual es bien recibida por los monarcas hispanos, y también por la Iglesia española: el trasiego facilita relaciones comerciales, afianzamiento de los territorios y apoyo a la lucha contra los musulmanes, de manera que empiezan a surgir a lo largo de la ruta (que en España ronda los 800 kilómetros) monasterios, puentes, hospitales, albergues… generando además un ambiente de conocimiento, cultura, religiosidad e impulso económico.
La decisión de construir una catedral para albergar este culto, cuyas obras empezaron en el 1075 y se prolongaron casi un siglo y, sobre todo, el Códice Calixtino, fueron los impulsos definitivos para las peregrinaciones.
Este Códice, compilado en la primera mitad del siglo XII por el papa cluniacense Calixto II (a quien se atribuye la primera bula otorgando indulgencia plenaria a quien peregrinase a Santiago en Año Santo y otra bula corroborando que el sepulcro es auténtico), contiene, además de referencias a milagros del Apóstol, un relato de su predicación por Hispania y algunas dudosas referencias históricas, el primer registro del Camino Francés, con indicaciones como lugares a visitar, peligros, dificultades, poblaciones, gentes que habitan el territorio…

Camino Francés: auge, declive y resurgir
Es, por antonomasia, el Camino, la Ruta Jacobea, el más concurrido y conocido de todos. En su tramo galo está constituido por cuatro rutas, tres de las cuales confluyen para entrar en España por Roncesvalles (Navarra), y la otra que entra por Somport (Aragón). Ambas se unen entre las localidades Navarras de Obanos y Puente de la Reina.
Conoce su apogeo, como ruta casi exclusiva, en los primeros siglos de peregrinación (XI-XIV), cuando se calcula que a Santiago llegaban de media mil peregrinos por día.
Apoyado por Monarquía e Iglesia, el Camino Francés se convierte en ruta religiosa, pero también en camino de cultura, desarrollo social y económico y conocimiento mutuo, hasta el punto que se lo considera el germen del espíritu europeísta.
Desde Navarra, el camino atraviesa La Rioja y Castilla y León para llegar a Galicia.
En su época más gloriosa (siglo XII) supone un nexo que da lugar a la creación de poblaciones y, sobre todo, a la construcción de muchos de los templos románicos más destacados del norte de España, que jalonan la ruta.
La epidemia de peste negra que asola Europa a mediados del siglo XIV, exterminando al 70% de la población, y la difusión del Protestantismo dos siglos más tarde, que pone en tela de juicio el sentido de la peregrinación, marcan un declive de este fenómeno.
Para completarlo, a finales del siglo XVI, el arzobispo de Santiago, ante la amenaza del corsario Francis Drake de tomar la ciudad y destruir la tumba del Apóstol, saca los restos del relicario y los oculta en un lugar que a nadie revela.
Cae así el Camino casi en la atonía, de manera que las crónicas de 1867 hablan de que el día del Apóstol apenas se congregan en Santiago unas pocas docenas de peregrinos.
Sin embargo, en 1879 el arzobispo Payá Rico, tras cautelosas investigaciones, descubre dónde habían sido escondidos los restos del Apóstol y sus discípulos, tras el altar mayor de la catedral. Inmediatamente, comunica el hallazgo a las autoridades del Vaticano, y logra que en 1884 el papa Leon XIII emita una bula en la que certifica la autenticidad de los restos y llama a la peregrinación a Santiago.
Resurge así el Camino Francés, y también el resto de rutas que se habían ido generando y que también habían sufrido el declive.
Hoy día, este Camino Francés sigue siendo la principal ruta de llegada de peregrinos a Santiago, con más de un 80% del total, y ostenta los títulos de Itinerario Cultural Europeo y Patrimonio de la Humanidad.
Estos títulos no solo avalan su condición de itinerario religioso y de búsqueda espiritual, sino también su carácter aglutinador de la cultura europea y su riqueza monumental, histórica, artística, natural y cultural.

Sabías que….

… la denominación de Año Jacobeo se debe a que Santiago proviene del latín eclesiástico Sanctus Iacobus?

…. la celebración del Año Jacobeo, Año Jubilar o Año Santo se da cuando el 25 de julio, Día de Santiago, cae en domingo. El primer Año Santo Compostelano certificado se celebró en 1434, aunque no sería hasta 1484, por bula del papa Sixto IV, cuando se consolidaría?

… la peregrinación a Santiago en Año Jacobeo supone, desde el punto de vista religioso, la obtención de la indulgencia plena, es decir, el perdón de todos los pecados sin necesidad de penitencia adicional?

… desde mediados del siglo XVI, y solo cuando se celebra Año Santo, se abre la Puerta Santa, Puerta de los Perdones o Puerta del Perdón de la catedral de Santiago, que permite al peregrino acceder directamente a la cripta del Apóstol?

… la Compostela (mal llamada por algunos la compostelana) se consigue peregrinando por motivos religiosos o espirituales y acreditando que se han recorrido al menos 100 kilómetros a pie o 200 kilómetros en bicicleta o a caballo por cualquier Ruta Jacobea?

… para acreditar la Compostela, debe aportarse la Credencial del Peregrino. Este ‘pasaporte’ puede obtenerse en múltiples lugares (asociaciones del Camino, parroquias, albergues…) En esta credencial pueden ponerse tantos sellos como se desee, pero para acreditar la Compostela debe sellarse al menos dos veces al día en los últimos cien kilómetros si se va a pie y en los últimos doscientos si se va a caballo o bicicleta. Los sellos se logran en ayuntamientos, iglesias, asociaciones del Camino, albergues, oficinas de Correos, etcétera?

… la Concha del Peregrino, la popular concha de vieira símbolo del Camino, tiene su origen en las primeras peregrinaciones, cuando al peregrino que completaba el trayecto exigido se le entregaba un documento y una concha, que colocaba en su sombrero o en el sayón, simbolizando así que había completado el recorrido religioso. Esta concha suponía, además, un buena fuente de ingresos para la Iglesia de Santiago, ya que no se daba gratis. Con el tiempo, empezaron a surgir falsificaciones para la venta sin acreditar el peregrinaje, lo que hizo que incluso la Iglesia amenazase con la excomunión a quien las fabricase o vendiese. Hoy día ha quedado como símbolo, y lo que acredita el Camino es la Credencial?

… el Monte do Gozo es un montículo de 380 metros de altitud, situado a cinco kilómetros de Santiago por el Camino Francés y desde el que se divisa la catedral, lo que constituye una gran alegría para el peregrino (de ahí su nombre) hasta el punto de que algunos deciden seguir el camino descalzos?

… la expresión ‘Ultreia’, con la que se saludan los peregrinos, significa ‘vamos más allá’ y proviene del Codex Calixtinus, así como la respuesta a este saludo ‘Et suseia’, que significa ‘vamos más arriba’. Así, en el citado Códice puede leerse: Ultre ia Et Sus eia, Deus adjuva nos! (vamos más allá y vamos más arriba, ¡Dios ayúdanos!)?

… los Miliarios romanos son columnas cilíndricas de granito de unos dos metros de altura que se colocaban cada mil pasos (unos 1.480 metros) para señalizar las rutas. Dado que los Caminos de Santiago utilizan en muchas ocasiones las primitivas rutas romanas, estos miliarios fueron y son una referencia para los peregrinos?

… la nueva señalización homologada para el camino es una flecha amarilla que marca la dirección. Esta flecha puede estar en cualquier soporte, y en ocasiones va sobre un mojón o columna de hormigón o granito donde se indican los kilómetros hasta Santiago y se acompaña con una concha de vieira también amarilla sobre fondo azul. El color amarillo de la flecha se debe a la iniciativa del párroco de Cebreiros, Elías Valiña, quien a principios de los 80 buscaba la forma de marcar el Camino para evitar que los peregrinos se perdiesen. A falta de otra cosa, utilizó pintura amarilla que le regalaron los operarios que pintaban una carretera próxima, y con ella fue pintando flechas desde Saint-Jean-Pied-de-Port, localidad francesa cercana a Roncesvalles, hasta Santiago, a lo largo de todo el Camino Francés?

… los milladoiros (humilladeros en español) son montículos de piedra que se hallan con frecuencia a lo largo del Camino. Estos montículos responden a la tradición de que el peregrino transporte una piedra desde un punto de partida, y obtendrá perdón a sus pecados en relación al tamaño de la piedra y al sacrificio realizado?

Del Peregrino de ayer al Peregrino de hoy

El descubrimiento del sepulcro de Santiago se produce en un momento especialmente delicado para la cristiandad. El empuje del islam, que ya amenazaba los reinos francos, y el surgimiento de herejías, amenazan gravemente el reducto cristiano del reino astur, y llevaban la inquietud más allá de los Pirineos.
El hallazgo se convierte pues en un aglutinador de las creencias cristianas: es el único sepulcro de un Apóstol en el occidente europeo y, por tanto, un lugar que defender y al que acudir para mostrar la fe.
Así, tras el primer peregrino, el rey Alfonso II, comienzan a llegar peregrinos de toda Europa, especialmente de Francia, ya sea por tierra, a través del Camino Francés, o por mar, a los puertos cantábricos.
Este peregrinar tiene un carácter eminentemente religioso, como camino de purificación, un sacrificio para expiar pecados. Iglesia y nobleza alientan este sentimiento, construyendo albergues (con habitaciones de doce camas o seis lechos dobles, en recuerdo de los doce apóstoles), hospitales, fuentes, puentes, caminos…
El peregrino es considerado un enviado del cielo, y por tanto alguien a quien debe tratarse con respeto y ayudarle en lo que precise.
Poco a poco, aquel fluir de peregrinos imbuidos de anhelos religiosos va dando lugar al florecimiento de nuevas orientaciones y motivaciones, de carácter económico y cultural, fundamentalmente.
El Camino atrae a santos, como San Francisco de Asís, que funda en Santiago el primer convento de su Orden en España, o Santa Brígida de Suecia, a nobles, como el rey Alfonso XI o doña Isabel de Aragón, y también a aventureros y viajeros que acuden por pura curiosidad.
Además, se utiliza la peregrinación a Santiago como pena por determinados delitos. La duración de la peregrinación era proporcional al delito: desde unos meses o años, hasta la peregrinación eterna que se imponía, por ejemplo, a un obispo que hubiera cometido homicidio. Incluso había reos a los que se obligaba a hacer el camino con los pies arrastrando cadenas, de las que solo se librarían cuando las desgastasen por el roce con el suelo o se produjese una liberación ‘milagrosa’. Estas penas las imponían tanto tribunales eclesiásticos como civiles.
En el siglo XVI, sin embargo, las peregrinaciones sufren un durísimo golpe, ya que las ideas propugnadas por Lutero ridiculizan este tipo de ritos y tradiciones y, de paso, las guerras entre Francia y España provocan el cierre de fronteras, con la excusa de impedir la ‘contaminación’ de las ideas luteranas.
El fervor santiaguista empieza a recuperarse en el siglo XIX, pero es en el XX cuando recupera su esplendor, tanto en su vertiente religiosa (con el importante espaldarazo de la peregrinación del papa Juan Pablo II), como por la difusión del Camino como una experiencia turística y cultural difícil de igualar.
Estos dos peregrinos, el de profunda religiosidad y el que hace el camino con ansias de ver cosas nuevas y aumentar su bagaje cultural, conviven durante unos años, hasta que se les suma una tercera ‘especie’.
Esta ‘especie’ surge a finales del XX y se ha convertido, seguramente a día de hoy, en mayoritaria. Se trata de un peregrino que, sin ser religioso, sí tiene ansias de emprender el Camino como un recorrido interior, de búsqueda de sí mismo, de la espiritualidad perdida.
En un mundo superconectado y tecnificado, de prisas, de ansias por la posesión material, muchos revelan su hartazgo a través de esta experiencia.
El Camino tiene aquí el atractivo de la pureza de volver a lo esencial: el sacrificio frente a la comodidad material, el ascetismo frente al consumismo, el contacto interpersonal auténtico sin tecnologías de por medio, la superación, el viaje introspectivo en las largas horas de caminar solitario, la pausa para la reflexión y, por fin, una meta que es el cambio interno que el peregrino vive al llegar a Santiago, a donde arriba despojado de todo lo superfluo.

Indumentaria básica
La vestimenta clásica del peregrino está compuesta por:
· Capa: de paño color pardo. No debe ser tan larga que estorbe el caminar, pero sí lo suficiente para servir como manta en las noches más frías. Normalmente llevaba capucha
· Esclavina: También de color pardo, puede ser de cuero o tela. Se coloca sobre los hombros para proteger estos y el torax de la lluvia y la nieve. Su nombre proviene del francés clavain
· Sombrero: de ala ancha para proteger del sol y la lluvia, y con el ala inclinada hacia arriba en la parte frontal para favorecer la visión del camino. Complementaba a la capucha de la capa en las jornadas más inclementes
· Bordón o bastón: de madera resistente, a veces terminado en punta metálica, debía tener una altura superior a los hombros del peregrino para permitirle caminar erguido. Es un elemento ‘multiusos’: sirve de percha para colgar la calabaza y el zurrón, de pértiga para vadear arroyos y barrancos y de defensa ante asaltantes o animales como lobos, osos, perros o serpientes.
· Zurrón: de cuero, estrecho para llevar solo alguna vianda y la documentación que acredita al peregrino, tiene un gran poder simbólico: su pequeña capacidad supone que el peregrino confía en Dios para abastecerle durante las jornadas. Además, en él solía llevarse una piedra tomada a la salida del Camino, que luego se arrojaba al pie de la Cruz de Ferro, punto más alto del Camino Francés, en la provincia de León, a 230 kilómetros de Santiago. Arrojar la piedra a este humilladero suponía abandonar el mundo del pecado y el materialismo para entrar en el mundo espiritual y de salvación
· Calzado: aunque la mayoría de los primeros peregrinos iban descalzos, porque así lo marcaba el Codex Calixtinus, otros iban calzados con la clásica sandalia. Incluso había gremios de zapateros a lo largo de la ruta que ofrecían el arreglo gratis.
· Calabaza: se vaciaba de semillas y se dejaba secar. Servía para llevar agua o vino, o una mezcla de ambos, sujeta al bordón o a la cintura del peregrino. Se impuso a la clásica bota por ser mucho más barata.
· Concha de Vieira: no formaba en sí misma parte del atuendo, sino que era un ‘certificado’ de haber peregrinado, por lo que se entregaba a la llegada a Santiago. La proliferación de falsificaciones hizo que fuese sustituida por la Credencial.

Actualmente esta vestimenta no se utiliza salvo como suvenir. Los peregrinos de ahora llevan ropas más ligeras y cómodas, mochilas con mayor capacidad, bastones metálicos cortos y ligeros, botas especiales, chubasqueros y cantimploras o botellas de plástico.

Hospitales, refugios, albergues…
Con el nacimiento de las peregrinaciones nacen, casi de manera simultánea, los conceptos de hospital y refugio. El concepto hospital surge del concepto hospitalidad, puesto que, como recoge el Codex Calixtinus, quien acoja con caridad a un peregrino no solo tendrá como huésped a Santiago, sino también al Señor
Iglesia, reyes y órdenes religiosas se aprestan a la tarea de ir salpicando la ruta, sobre todo el Camino Francés, de estos hospitales, donde se provee a los peregrinos de lo básico en cuanto a alimento e higiene y se les ofrece un lecho por una noche. Esta red se va luego extendiendo al resto de Caminos conformen estos se popularizan.
A la vez, surge otra red, la de los llamados refugios que, a diferencia de los hospitales, solo ofrecían al peregrino un techo bajo el que descansar.
Es en la segunda mitad del siglo XX, con el resurgimiento del interés por la peregrinación, cuando los primitivos hospitales, que tienen hoy connotaciones distintas a las antiguas, se empiezan a denominar albergues.
Además, se incrementa en gran medida la red, sobre todo en Caminos que comienzan a ser más transitados, como la Vía de la Plata.
Actualmente, se calcula en un millar el número de albergues que existen (solo en el Camino Francés hay 250) de iniciativa pública, ya sea autonómica o municipal, a los que hay que sumar los hostales y casas rurales de iniciativa privada.
En Extremadura, el proyecto Alba Plata crea un total de 11 albergues públicos para cubrir los 300 kilómetros de Camino, a los que hay que sumar tres decenas de hospederías u hostales de iniciativa privada.
Las diferencias entre unos y otros están en el precio (los públicos cobran lo mínimo para cubrir gastos), la reservas (en los públicos no se puede reservar, el peregrino que va llegando va ocupando plaza) y los servicios (en los públicos, si bien suman más servicios que los que tenían los antiguos hospitales, se limitan a cama, ducha, lavandería, zona común y una cocina donde el peregrino puede preparar algo por su cuenta).
Cómo planificar la peregrinación
El criterio fundamental para emprender la peregrinación es obvio: no se trata de una carrera por etapas, sino de un viaje introspectivo, donde el Camino también es meta.
Otra cuestión fundamental es la preparación física previa. Antes de emprender el Camino debemos adecuar nuestro cuerpo a lo que nos espera. En conveniente ir entrenando, haciendo recorridos cada vez más largos para ver cómo respondemos al cansancio acumulado.
Hecho esto, debemos planificar la ruta, elegir el trayecto. Esto dependerá del tiempo del que dispongamos. En función de la dificultad de la etapa y de nuestro estado físico, cada etapa supone un recorrido de entre 15 y 20 kilómetros (aproximadamente el doble si se va en bicicleta o a caballo). Así pues, si tenemos una semana lo razonable es que nos planteemos un recorrido de 100-110 kilómetros (el cansancio acumulado va a hacer que conforme avancemos etapas la distancia cubierta sea más corta).
En cuanto a qué llevar, se aconseja ropa ligera y cómoda, calzado adecuado, alguna prenda de abrigo y que nos proteja de la lluvia, un bastón de apoyo, gorra o sombrero y una mochila donde no carguemos más de cinco kilos (a lo largo de la ruta hay donde comprar agua y alimentos, no es necesario que carguemos con todo). Por supuesto, la documentación personal y la Credencial de Peregrino.
Toca ahora elegir qué Camino vamos a hacer. Dependerá de la época del año en la que peregrinemos. Téngase en cuenta que en épocas de primavera u otoño los caminos más al norte pueden soportar condiciones de lluvia y frío muy adversas, mientras que en verano los caminos que parten del sur pueden ser excesivamente calurosos. Durante el invierno muchos de los refugios y albergues norteños están cerrados.
Elegido el Camino, debemos informarnos bien sobre puntos de descanso de la ruta, servicios, precios, etcétera. Hay multitud de web que ofrecen esta información, pero se aconseja ir a las oficiales, como la de la Oficina de Acogida al Peregrino, ya que otras nos desvían por rutas no Jacobeas por intereses turísticos y comerciales.
Como en este Jacobeo 21 la mayoría pretenderá llegar a Santiago el 25 de julio, se aconseja contar la ruta desde este punto hacia atrás, según el tiempo del que dispongamos, a razón de unos 15 kilómetros por día.
Y, sobre todo, hay que ir preparado para las adversidades que nos podamos encontrar: problemas físicos, albergues llenos cuando tratemos de descansar, inclemencias meteorológicas, porque todo eso es el Camino, parte de nuestro recorrido interior, de la satisfacción espiritual que busca el peregrino y que le distingue del turista.