Es una de las rapaces más grandes y amenazadas del mundo. Es la especie más emblemática de Extremadura, un 33% de su población se encuentra aquí gracias al buen estado de los ecosistemas extremeños y su situación geográfica.
Su envergadura alar es de 1,80 m, algo inferior a la del águila real. Su colorido es pardo, con la nuca de color claro y los hombros con manchas claras. Su cola no tiene elementos blancos.
Las hembras son algo mayores que los machos.
Sus hábitats idóneos son las áreas de bosque esclerófilo típicamente mediterráneo, donde se entremezclan los matorrales, los pastizales y los riachuelos.
Nidifican en árboles y son amantes de su territorio, en el que disponen de varios nidos utilizados en rotación. Estos nidos, según los árboles disponibles (normalmente alcornoques y pinos), pueden estar en lo alto y también a poca altura. A principios de año comienza su llamativo cortejo, de manera que hacia marzo ya están las parejas consolidadas. Los dos o tres polluelos salen del cascarón a principios de junio, después de una incubación de 43 días. Con 35 días tienen ya el plumaje completo, y con 6 meses vuelan ya, regresando las primeras veces al nido para dormir.
Al transcurrir dos meses, los pollos se alejan del nido, siendo todavía vigilados por los padres. Esta tutela se aminora, llegando a transformarse en un comportamiento agresivo, que obliga a los jóvenes a dispersarse. Volverán a los tres o cuatro años, convertidos en adultos, para criar cerca de la zona donde nacieron.
En comparación con el águila real, sus garras son más débiles, dedicándose a la caza de animales menores, a los que ataca casi siempre en el suelo. Básicamente son ardillas terrestres, conejos y liebres. Se sabe que atacan también a las ocas de corral.
Algunas veces sale la pareja a cazar; mientras uno levanta la presa el otro la captura.
Comen también carroña de animales.
Como viene siendo habitual en muchas de las especies de animales, la principal causa del peligro de extinción de estos animales es por culpa de la mano del hombre. Son muchos los cazadores que disparan a estos animales reduciendo las parejas reproductivas que se encuentran en la península, las cuales son un número muy bajo. Otro de los motivos por los que son amenazados son porque cuando vuelan no detectan el cableado eléctrico, chocándose contra ellos y electrocutándose. Este es un problema que se lleva denunciando durante muchos años, puesto que sitúan las torretas eléctricas en medio del hábitat de estas aves, sin importar que puedan morir. Últimamente se están siguiendo medidas para intentar alertar a las águilas, como son pequeños indicativos de colores vivos para que no se acerquen a esa zona, reduciendo el número de accidentes, pero aun así mueren cada año algún espécimen.
La caza indiscriminada del conejo también puede ocasionar pérdidas de territorio de alimentación para estos animales, ya que si se reduce su principal alimento, producen periodos de mucha hambre, por lo que nacen de cada cría uno o dos polluelos.